Un nuevo Carpentier

Por Graziella Pogolotti

 

Acaba de salir de la imprenta Recuento de moradas, texto autobiográfico inédito de Alejo Carpentier. Hasta ahora desconocido, permaneció durante mucho tiempo resguardado en la papelería del escritor, quien concedió primordial importancia a la difusión de su obra narrativa mayor y soslayó gran parte de su trabajo literario que incluye una extensa labor periodística inspirada en lo perecedero del acontecer, aunque proyectada siempre hacia horizontes que transcienden lo coyuntural. Estamos, pues, ante un suceso editorial de indiscutible importancia, revelador de rasgos de la formación del autor de El siglo de las luces, útiles para un nuevo acercamiento a su novelística e iluminadores, desde la perspectiva de la subjetividad, de la atmósfera de un despertar habanero hace cien años.

 

Mientras somos jóvenes, marchamos hacia adelante, persiguiendo sueños de futuro. Cuando traspasamos la mitad del camino de la vida, volvemos la mirada hacia atrás, abiertas las interrogantes sobre nuestro origen y destino, de conciliación con el ayer y, a veces, conjuro de fantasmas. Las moradas son experiencias sucesivas que eslabonan el transcurrir de la existencia humana. En su Recuento, Carpentier proyectaba con fuerza la sombra de un padre, arquitecto de profesión, instalado en Cuba a principios de siglo para hacerse de un porvenir en la república naciente. Autoritario, con opiniones arraigadas en la cultura europea de finales del siglo XIX, inició al hijo, entonces aislado por asma en una finca de los alrededores de La Habana, en la música y en la literatura. La imagen del Escritor, así, escrito con mayúscula, se fue configurando como un paradigma. La Primera guerra mundial trajo a la Isla las vacas gordas. Al cabo, habrían de llegar las flacas. Arruinado, el arquitecto Carpentier marchó a Panamá. Dejó a los suyos en el desamparo total. Nunca más se supo de él. Es el tránsito hacia una nueva morada, el nacimiento del vínculo entrañable con La Habana, antes evocada tan solo a través del rumor de campanas y cencerros. Todavía menor de edad, carente de profesión, desprovisto de contactos personales, el joven Carpentier logra colocar sus primeras colaboraciones en La Discusión, periódico situado en la Plaza de la Catedral. Pronto le encargarán la cobertura crítica de los estrenos de espectáculos. Terminada la función, a altas horas de la noche, cuando la ciudad duerme, lo espera la máquina de escribir en un rincón solitario de la redacción. Concluida la tarea, de regreso al hogar, recorre caminando las calles del casco histórico. Ese andar despacioso, con todo el peso del cansancio de la jornada va descubriendo, desde lo más íntimo, los detalles reveladores de la singularidad arquitectónica, aquellos que habrán de desplegarse, años más tarde en La ciudad de las columnas.

 

El trabajo en las redacciones periodísticas propició el acceso a otra morada. El solitario de ayer anudó amistades que habrían de constituirse en núcleo de una nueva generación intelectual que habría de definir su programa en torno al grupo minorista. El llamado de la vanguardia se expresa en la relectura de los valores de la cultura nacional. Aspiraban a contar con un espacio en la vida pública. Ejercieron el periodismo. Fueron animadores de la cultura en las letras, las artes visuales y la música. Se comprometieron, en manifiesto solidarios, con los perseguidos de América Latina.

 

Transcurrían los años veinte del pasado siglo. Era, según Juan Marinello, la década crítica. En medio de un panorama ominoso, la agitación se manifestaba en todos los sectores de la sociedad. Tomaban cuerpo y sentido reivindicador las organizaciones estudiantiles, obreras, femeninas. Los intelectuales no podían permanecer ajenos a estas corrientes renovadoras. Instaurada la dictadura con la prórroga de poderes, Gerardo Machado percibió la amenaza de un peligro latente. Para contrarrestarlo, implementó la denominada “causa comunista”. De manera indiscriminada, la redada represiva habría de recaer en la Universidad Popular José Martí, sobre obreros radicados en distintos lugares del país y sobre algunos intelectuales vinculados al grupo minorista. Cuando Carpentier se aprestaba a salir del bufete de Emilio Roig junto a su amigo José Antonio Fernández de Castro, ambos fueron detenidos. Durante varias semanas vivieron la sórdida experiencia carcelaria. Entraron en contacto con una zona desconocida de la sociedad cubana. Allí, el narrador en ciernes empieza la redacción de ¡Écue-Yamba-Ó!, su primera novela. Para Carpentier, hijo de rusa y de francés, crecido en el ambiente campestre impuesto por el asma, el ciclo de formación estaba terminado. Vendrían luego otros aprendizajes. En la Europa de entreguerras conoció de cerca la aventura surrealista, el ascenso del fascismo y el drama de la guerra de España. En Venezuela, siguió la huella de los pasos perdidos para adentrarse en lo profundo de la realidad de nuestra América. Pero la intensidad de la experiencia vivida en aquellos febriles años veinte, cuando atravesaba el paso de la adolescencia a la primera juventud, marcó su compromiso definitivo con el destino de la Isla.

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