Los misterios de Carpentier. Apuntes biográficos 5

Por Graziella Pogolotti

 

Al rendir homenaje a Amadeo Roldán en ocasión de la muerte del compositor, Carpentier evocaba una anécdota ocurrida en Regla, santuario al que los investigadores de la tradición afrocubana acudían con frecuencia. Habían concurrido a un ritual ñáñigo. El músico tomaba algunos apuntes. De repente, advirtieron las señales de una tensión creciente que adquiría rasgos de verdadera hostilidad. Interpelados duramente, tuvieron que guardar los papeles y renunciar a tomar notas. Trataron entonces de registrar los ritmos en la memoria.

Al igual que algunos minoristas como José Antonio Fernández de Castro, aun más motivado que ellos por su condición de musicólogo, Carpentier se había lanzado al estudio de las expresiones folclóricas marginadas.

En efecto, Alejandro García Caturla, Amadeo Roldán y Alejo Carpentier habían empezado a andar por la empinada cuesta que implicaba, rompiendo prejuicios arraigados, salvar la distancia que separaba el folclore, la música popular y la culta. Había que salvar, así mismo, los valladares protectores de las zonas más secretas de los rituales, refugiados en el cuarto fambá.  Todavía en fecha reciente, al presentar la edición crítica de ¡Écue-Yamba-Ó!, la Fundación Carpentier pudo exhibir tambores que pertenecieron a Amadeo Roldan conservados en el Museo de la música de La Habana. No obtuvimos permiso para mostrar el Ecue, el más sagrado entre todos. Desde el punto de vista técnico resultaba en extremo difícil traducir en partitura clásica, las notaciones de la percusión de origen africano. Así lo señala Carpentier en La consagración de la primavera al evocar el encuentro de Enrique con Ada.

Caturla y Roldán emprendieron la creación de una obra musical que rompía las tradiciones establecidas en un contexto donde la sociedad más cultivada se aferraba a las propuestas italianizantes. Carpentier fue su cómplice, su consejero y difusor de sus obras en Cuba y, más tarde, en Europa con el apoyo del maestro Marius François Gaillard. Escribió La rebambaramba y El milagro de Anaquillé, estrenados tan solo cuando la Revolución cubana auspició el desarrollo de la danza moderna, cristalización de los sueños largamente acariciados por el coreógrafo Ramiro Guerra. Los compositores no alcanzarían a disfrutar ese momento de eclosión. Amadeo Roldán había fallecido aún joven en 1939, víctima del cáncer. Obligado a ejercer la abogacía para garantizar el sustento de los suyos, juez de insobornable probidad, Alejandro García Caturla fue asesinado a la luz del día en 1940 en su natal Remedios.

La ardua tarea de componer una música nueva iba aparejada a la conquista del espacio público. Fue una batalla sin cuartel que condujo a un radicalismo extremo, a la vez que se iban fomentando alianzas con el maestro Pedro Sanjuán al frente de la orquesta filarmónica, contrapuesta a la sinfónica, a cargo de Gonzalo Roig. Solo el ambiente creador propiciado por la Revolución favoreció la efímera y aparente reconciliación entre Roig y Carpentier. En medio de un contexto tan hostil, la nueva cultura musical se iba asentando. El apoyo de María Muñoz y Antonio de Quevedo fue decisivo. Ambos ofrecieron lecciones de rigor, actualización y modernidad a través de la revista Musicalia. En la acera de enfrente, acusado de racista por los innovadores, se levantaba la reconocida personalidad de Eduardo Sánchez de Fuentes, autor de la habanera .

Al decir de Carpentier, en el campo de la música se estaba librando nuestra batalla de Hernani. A pesar de las meritorias investigaciones realizadas por musicólogos cubanos residentes en España, queda mucho por investigar al respecto. La correspondencia de Caturla recopilada por Antonieta Henríquez constituye una fuente reveladora de los debates conceptuales y del angustioso vivir cotidiano de los protagonistas de una etapa de refundación de la cultura cubana.

(Continuará)

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