Los misterios de Carpentier. Apuntes biográficos 48

Por Graziella Pogolotti

Balzac no se arredró a la hora de describir el panorama literario de su tiempo. Percibió los síntomas tempranos de la aparición del mercado que envuelven y precipitan la caída de Lucien de Rubempré. Solo los más fuertes, imbuidos de una vocación y una ética, aceptan la miseria, el aislamiento y la soledad en medio de una invasiva feria de las vanidades. Entre los componentes de esta fauna de mercaderes, los gacetilleros crean estados de opinión. Sin embargo, en tiempos de Balzac, las jerarquías estaban bien establecidas. A los comentarios de poca monta y siempre volubles, se reconocía como respetable la voz de los críticos, aunque estuvieran comprometidos con la defensa de una causa. La palabra de Sainte-Beuve anda aparejada al desarrollo del romanticismo. Ahora, el tiempo escasea y la gacetilla, fácilmente digerible se impone. Lo anecdótico se impone sobre el análisis riguroso.

 

Según se dice, un grupo de narradores acogió el desafío de escribir una novela sobre el dictador latinoamericano. Algunos, porque el tema los había acompañado en la vida y en el trabajo literario, cumplieron lo acordado. Apareció entonces Yo, el supremo, la obra maestra de Roa Bastos. El asunto no era del todo novedoso en nuestras letras. Se ha vuelto lugar común citar a Valle-Inclán, admirado desde temprano por nuestros escritores en ciernes, asimilado luego por España y descubierto tardíamente, en su estado esperpéntico, por e l resto de Europa. No se recuerda tanto El señor presidente de Miguel Ángel Asturias, exiliado en Francia bajo la dictadura de Estrada Cabrera, visión dramática de la contaminación de todo un país donde no hay sitio para la inocencia, sometido a la brutal e indiscriminación de un represor, asentado en la exacerbación del miedo.

 

Carpentier se tomó en serio la tarea. Vivió la experiencia del machadato en Cuba. En las semanas de prisión, tuvo contacto directo con exiliados de otros países –Venezuela y Perú, en particular. Entabló en Francia una amistad intensificada por la admiración que le profesaba a Miguel Ángel Asturias, el hombre de perfil maya. Su prolongada permanencia en Venezuela le permitió conocer el amplio anecdotario de Juan Vicente Gómez. Antes, en Cuba, dada la cercanía física y cultural con México, adquirió una nítida visión del porfiriato, forma de despotismo ilustrado, degeneración corrupta del proceso reformista.

 

Con esos ingredientes diversos, oscilantes entre la barbarie más primitiva y la pseudocultura se propuso diseñar el perfil del dictador latinoamericano en un paisaje integrador de la variedad de matices del habla, en ciudades y campos innombrados pero reconocibles en su textura real. Tampoco tiene nombre el Primer Magistrado. Se configura en su doble dimensión, la del terror aplicado cuando su poder parece amenazado y en el meteco que disfruta los bienes mal adquiridos en la capital francesa, donde el dinero y la representatividad política le han abierto algunas puertas.

 

El relato se inicia con la presentación del meteco, flanqueado por su secretario y cómplice, así como por el ilustre académico, su orientador en asuntos de arte y literatura, servil y siempre apremiado por la falta de recursos. Con esas muletas, accede a una cultura siempre desfasada en el tiempo. En vísperas de la Primera guerra mundial, cuando ya sentaba cátedra el postimpresionismo y despuntaba con fuerza la vanguardia, el prostíbulo de mujeres disfrazadas de monjas evoca el ambiente del llamado decadentismo de A rebours de J.K. Huysmans. No alcanzará siquiera su oído a descifrar los sonidos de Debussy y Wagner. El meteco llegó a entreabrir las puertas de los Verdurin. No pudo entrar en el salón de los Guermantes. Al circular, ilustrada con fotos, la noticia de una de sus sangrientas represiones se convirtió en presencia vergonzosa. Las puertas se cerraron definitivamente. No lo derribarían, sin embargo, los golpes perpetrados a traición por los militares que habían estado a su servicio. Sería una marea venida desde abajo, una resistencia popular encabezada por un estudiante de ideas radicales. Sentados frente a frente, en diálogo infructuoso, el intolerante se desgasta en una retórica vacía. La mirada del otro, transparente en un cuerpo frágil, evocadora de Rubén Martínez Villena, impone el silencio y la derrota moral. No hay entendimiento posible. Después del levantamiento revolucionario, un profesor universitario, pretendidamente honesto, manipulador de una vaga retórica nacionalista, imposibilitado de solucionar los problemas de fondo, ocupa el espacio vacío. Sus rasgos coinciden en mucho con los del presidente cubano Ramón Grau San Martín.

 

El Primer Magistrado, para reafirmar la imagen simbólica de su poder, hará erigir un monumental palacio legislativo, complementado con una gigantesca escultura, transportada a trozos desde Italia resulta hilarante. Bordea lo farsesco, que se prolonga hasta el discurso del Primer Magistrado, tan desfasado en el tiempo, tan ajeno a la realidad americana como los pasajes iniciales que evocan A revours. Ahora, se trata de Ernest Renan. Para el gobernante, se trata del momento de su esplendor, a partir del cual habrá de precipitarse su caída. Privado del apoyo del imperio, reducido a la condición de material políticamente desechable, abandonado por todos y humillado por el cónsul representante de la potencia hegemónica, emprende la huida. En ese trance, lo abandona su secretario.

 

El Primer Magistrado se transforma poco a poco en la persona que otrora fue. Se instala en su exilio parisino.Las tetas enormes de la giganta sorprendían y excitaban a los obreros portuarios. Imagen marmórea de la mentalidad colonizada, expresión de subdesarrollo, era la hipérbole sarcástica de un país sojuzgado. El escritor había tomado, como referente directo, el Capitolio habanero, intento de seducción, postal para turistas en una isla donde un amplio espectro ideológico se oponía a la prórroga de poderes y donde se multiplicaban los desaparecidos, los torturados y los presos.

 

Derrumbado por la rebelión popular y por el retiro del apoyo del imperio, el Primer Magistrado, pierde su título, pero no recupera su nombre. Abandonado por los cortesanos que lo rodean, recala en París, ajeno al mundo que lo rodea. Separado de su hija que con el retraso habitual vive los inicios de la vanguardia y el esnobismo de la falsa bohemia, en tránsito ya hacia la muerte que lo aguarda, en suave descenso a los infiernos, se refugia en lo más bajo de la casa, la cocina. Allí con el apoyo de la india que lo ha acompañado sin comprender la política, fiel a su hombre, disfruta los sabores y los olores de su infancia. Del oropel retórico y monumentario, subsiste tan solo una patética momia despojada de nombre y prosapia, descubierta al azar en una caverna que sirvió de refugio en un combate. La megalomanía del meteco lo induce a donar el objeto al Trocadero, donde permanece innombrada. Para el protagonista tan anónimo como ella, resulta el único vínculo posible entre su falsa grandeza de ayer y el reencuentro con la verdad de su existencia. La contempla tan fascinado ante ella como el Bergotte de Proust ante el azul de un Vermeer. En ese autorreconocimiento final, a uno y otro, habrá de acercarse, apacible, el descanso final.

 

El recurso del método no quiso ser la novela del dictador. Probablemente, ninguna de las portadoras de la etiqueta lo sea. El Primer Magistrado, siempre innombrado es un juguete de las circunstancias.

 

El perfil del dictador latinoamericano no constituye una entidad abstracta. Tiene como denominador común la monstruosidad de los métodos represivos, el apoyo voluble de las fuerzas armadas y la subordinación a intereses del capital internacional, acentuada por las limitaciones del propio en países donde, salvo excepciones, no se ha formado una burguesía nacional. Las líneas de su rostro están condicionadas por contextos específicos. Mucho distan Porfirio Díaz del doctor Francia, Juan Vicente Gómez de Machado y del grupo el extremo de Trujillo, con su megalomanía y su insaciable voracidad, al punto de hacer de la República Dominicana un coto privado. En el trasfondo de esas diferencias existen razones económicas y sociales, substrato de un comportamiento cultural común, resultante de una independencia trunca que no llegó a cumplir su ciclo descolonizador, a tomar conciencia su esencial nuestramericanidad. En estos términos, El recurso del método, envés del discurso cartesiano entran cada una de las líneas directrices de la exploración carpenteriana. De ahí la aparente paradoja del desenlace. Despojado de los oropeles, del barniz de falsa cultura, camino de la muerte el Primer Magistrado pierde su apodo, se somete a un proceso liberador y redescubre su realidad más íntima.

 

(Continuará)

 

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