Los misterios de Carpentier. Apuntes biográficos 45

Por Graziella Pogolotti

 

En 1961, Alejo emprendió el recorrido transcontinental más largo de toda su existencia. Invitado a integrar la delegación cultural presidida por el Ministro de Educación Armando Hart que estableció el primer contacto directo con los países socialistas, llegó a los confines de China y tuvo breves estancias en lugares con culturas e historias tan diversas como Checoslovaquia, el corazón musulmán de Tashkent y la Unión Soviética. Un esbozo de sus impresiones de viaje apareció destinado al periódico El Mundo. Los apuntes se convirtieron en un ensayo que levanta vuelo al impregnarse de una reflexión más trascendente sobre la cultura. En ella no resultaría muy arriesgado advertir resonancias de los dilemas abiertos con El reino de este mundo, más explícitos  por su referencia expresa al diálogo entre lo local y lo universal en Tristán e Isolda en Tierra Firme y constitutivos de uno de los temas esenciales de Los pasos perdidos. En núcleo duro de la cuestión se revela en las interrogantes respecto al anclaje del ser humano en una cultura forjada en contextos específicos y su capacidad  de trascender el ámbito local. Con esas miras, el recuento de viajes integra con plena autoridad, a Tientos y diferencias, libro de ensayos articulado alrededor de los desafíos que se planteara la novela latinoamericana emergente, precisamente aquella que, en los sesenta del pasado siglo, cruzaría el Atlántico y se afianzaría, dotada de perfil propio, en Europa y en el resto del mundo. Los interlocutores inmediatos de Carpentier, don Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes, con quien mantendría diálogo epistolar durante toda la vida. De más atrás, de los años de emigración y aprendizaje en París, le venía la relación con el ídolo maya Miguel Ángel Asturias y con el autor venezolano Arturo Uslar Pietri, autor de Las lanzas coloradas.

 

Como suele ocurrir en la ensayística de Carpentier, su prosa reflexiva fiel al modelo propuesto por la partida bautismal de Montaigne –al que no deja de citar cuando la ocasión es propicia–, es el resultado del debate interno orientado a formular en términos teóricos las conclusiones –siempre provisionales– de un batallar entre dos expresiones de la praxis, la experiencia de vida y las difíciles vivencias del oficio de escritor. Por ese motivo, las ideas alcanzan relativa autonomía en la coherencia impuesta por la elaboración del ensayo, cristalización y replanteo en momentos de pausa reclamada por la necesidad de afincar el cuerpo en el lugar donde se está que establece una continuidad con preocupaciones anotadas al desgaire en artículos periodísticos y en el entramado narrativo de textos precedentes.

 

Tientos y diferencias añade, al valor intrínseco de las ideas, la importancia testimonial del proceder de Carpentier. Alguna vez, al evocar las vivencias de su exploración a través del territorio selvático que recubre parte de Venezuela, del Brasil y de la Guayana, el escritor denominó la región como riñón de América, con sus ríos a la medida del Amazonas y del Orinoco que ocultan por su anchura la visión de la tierra que limita sus márgenes, alimentados todos por sus afluentes que se acercan y ocultan en meandros. Así sucede con la prosa reflexiva de Carpentier. Hay reflexiones que perduran y funcionan como acicates al replanteo y a la adopción de nuevos puntos de mira desde un observatorio fijo, situado en el acá del Atlántico, aunque nunca cayera en posición primitivamente antieurocéntricos, sabedor que hemos ido llegando desde distintos lugares y uno de ellos, a pesar de los efectos depredadores de la conquista ha venido en términos culturales y de conformación sincrética de la humanidad que nos compone, de lo que acostumbramos llamar viejo Continente. Las obsesiones de Carpentier se manifiestan como los meandros de un río. Hay una matriz original en los altos picachos donde los primeros calores deslíen en parte la nieve. Entonces, el agua se desprende en cascadas espectaculares. Las aguas se contaminan con los derrames de los pozos de petróleo recién descubiertos, con el follaje de los árboles que van muriendo, con los desechos de los trabajos y los días del ser humano. Es el paso del tiempo y de la historia. Con la intuición de estar entrando en una nueva etapa en tanto resultado de un ininterrumpido anhelo, como señal de la madurez lograda cuando estaba cumpliendo los 60 años, Carpentier retoma en Tientos y diferencias algunas de ellas.

 

Precursora de la nueva narrativa latinoamericana, la obra de Carpentier mantiene plena vigencia al proponer novedosos acercamientos, niveles de lecturas, atemperados a la movediza textura de los tiempos en contraste con la relativa fijeza de determinadas conductas humanas, tal como nos lo advirtiera en su Guerra del tiempo. Sin embargo, puede atribuirse a falta de previsión del escritor el predominio de lecturas reduccionistas, circunscritas a la definición de lo real maravilloso y al consiguiente debate bizantino académico alrededor de sus similitudes y diferencias con el denominado realismo mágico.

 

Publicado tan solo en su edición en lengua española, el propio autor lo retiró de las traducciones de El reino de este mundo a otras lenguas. En verdad, el despliegue de las ideas se produce en un estilo avecinado al tono de los manifiestos. Plantea una polémica atinente a los escritores y artistas latinoamericanos, lastrados por la tentación tardía a imitar revoluciones que, en los sitios donde se originaron, habían entrado a formar parte de los manuales de historia. Vale la pena recordar que, en plena segunda guerra mundial, entregado al disfrute del ajedrez, establecido en Nueva York con el patrocinio de los Guggenheim, Duchamp gozaba de la gloria rentable conquistada de otrora cuando descubrió la producción de sentido latente en el objet trouvé. Lo apuntado en el mencionado prólogo reaparece como un toque de color local pintoresco en el encuentro del músico narrador de Los pasos perdidos con jóvenes artistas –casi los tres Juanes de la Caridad del Cobre– impacientes por reinventar el surrealismo en París.

 

Importa aclarar que Carpentier no desechó del todo el legado surrealista. A medida que su obra avanza en la narrativa y en el periodismo, la definición de lo real maravilloso es desplazada por el concepto de lo insólito, mucho más concreto y adecuado a nuestra realidad. Lo esencial, en el mercado de las pulgas de París o en el barrio judío de la propia ciudad, el ambiente mágico de Regla o en la anodina calle Oquendo, consiste en aprender a mirar y descubrir el trabajo artesanal de un lechón criollo de hocico prolongado en homenaje a San Antón o la anónima realización, en altorelieve, de un carretón.

 

Tanta influencia tuvo la concepción de lo real maravilloso que Carpentier no asumió la responsabilidad de retractarse. Las numerosas entrevistas que concedió constituyeron fuente testimonial útil, pero deben considerarse manteniendo alerta el ojo crítico. Carpentier conocía bien los gajes del oficio y, nunca enfermo de vanidad, podía detectar en el interlocutor el acercamiento superficial. Respondía con la cortesía que siempre caracterizó su conducta, aunque sin prestar demasiada atención al cuestionario. Atendiendo a requerimiento de sus editores, inscritos en un mercado competitivo, atender a cuanta entrevista solicite la prensa plana, televisiva o radial constituye también un gaje del oficio para el escritor contemporáneo.

 

Con “Lo real maravilloso americano”, incluido en Tientos y diferencias, Carpentier parece regresar a la fórmula conocida, pero el concepto, modificado sustancialmente, se llena de nuevos contenidos. La mirada se desplaza de la confrontación entre el acá y el allá. Adquiere una visión tricontinental. La crónica de su largo viaje desde Praga hasta China plantea un acercamiento más complejo al problema de la relación entre el hombre y la cultura. Con el soporte de la historia, al llegar a Praga el autor se siente en la cercanía del hogar propio. El testimonio de la arquitectura y el nombre de las cosas se remiten a lo aprendido en los libros escolares. Ahí está, al alcance de la mano, la herejía de Juan Huss, la expresión más violenta del enfrentamiento entre Reforma y Contrarreforma en la guerra de los treinta años y, también aquella defenestración de Praga, tan jocosa para los escolares que alguna vez conocimos los manuales de historia moderna.

 

Marchando hacia el este y cruzando varios husos horarios, se llega a Pekín. Con visión extrañada de viajero, Carpentier percibe la seducción de las ciudades por donde pululan, en número infinito, sonrientes y corteses habitantes. Admira la arquitectura de las pequeñas casas, los restos de la gran muralla, los prodigios de escultura que armonizan la perfección geométrica de la esfera y el perfil crispado de los dragones. Es el visitante deslumbrado que contempla los objetos conservados en un museo desde una distancia histórica y anota al pasar, la coexistencia armónica entre lo abstracto y lo figurativo, referencia a los conflictos vivientes en el mundo que lo rodea y le pertenece.

 

La visión del cronista se transforma al llegar a Leningrado. El diseño urbano y arquitectónico se remiten a una realidad descifrable, emparentada con un  referente conocido además, a través de la mediación de la literatura. Poco importa, en este caso, el desconocimiento del alfabeto cirílico y del idioma, muros que se habían interpuesto de manera infranqueable en la escritura china y árabes. Modificados por las características locales, allí aparecen reconocibles las huellas del barroco y su recepción. En el origen soterrado de lo “real maravilloso”, se manifiesta la problematización del diálogo entre las culturas. En guiño retrospectivo a la gastada definición de antaño, Carpentier menciona el impacto recibido por la revelación de la presencia de Paulina Bonaparte en Haití. Era la coexistencia de dos tiempos, de dos realidades, de dos formas de entender el mundo, evidentes ya en la lectura descontextualizada y premonitoria de Ti Noel en el pórtico de El reino de este mundo, cuando observa la imagen que le sugieren cabezas cortadas. En el trasfondo del diálogo productivo entre culturas está la capacidad de entendimiento.

 

En fecha tan temprana como 1931, a poco de comenzar su primera larga estadía en Francia, Alejo Carpentier publica en la revista Cahiers un enjundiosos ensayo titulado “Los puntos cardinales de la novela latinoamericana”, señal de que ya por entonces había empezado a madurar una reflexión sobre el género que nunca lo abandonaría. De ese progresivo eslabonamiento de ideas, atemperadas a la evolución de las sucesivas etapas históricas, Tientos y diferencias brinda un elocuente testimonio.

 

Aunque “Los puntos cardinales…” tenía un enfoque didáctico, concebido para destinatarios que todo lo ignoraban acerca de nuestra América, en el modo de interconectar los distintos factores se reconocen preocupaciones recurrentes en el futuro narrador cubano. Las diferencias entre el acá y el allá se definen por razones de orden histórico. La nuestra es en extremo breve. Data de un siglo. Comienza a conformarse después de la colonización y también a seguidas de las conmociones que sacudieron la primera independencia con su desfile de sátrapas, los asesinatos y torturas sin cuento; el desprecio por los intelectuales considerados como enemigos públicos, el asesinato, encarcelamiento y exilio de buena parte de estos últimos. Sin nombrarlos todavía, Carpentier sostiene su análisis en una aproximación a los contextos. La Amalia de José Mármol y la Cecilia Valdés de Cirilo Villaverde aparecen como fenómenos aislados. Para que exista una novela, tiene que haberse forjado una novelística, afirmará en Tientos y diferencias.

 

El siglo xx, despojado todavía del anchuroso cauce que habrá de sustentarlo, resulta más pródigo. Las circunstancias comunes que configuraron el desarrollo de nuestra cultura, a pesar de las distancias gigantescas y las alturas desmesuradas y de los territorios selváticos que separaban otrora los centros poblados de nuestros países, se manifiesta en todos ellos una sensibilidad común. Coincidentes en el tiempo, dispersos en distintos países aparecen libros que responden a ese común denominador. En ellos, el hombre solitario afronta la lucha contra el medio, por lo cual el relato transcurre en un ambiente rural. Con perspicacia notable, coincidente en gran medida con la visión crítica de Juan Marinello, Carpentier identifica y caracteriza sintéticamente la narrativa fundamental. El protagonista de La vorágine será tragado por la selva minada por una zoología agresiva y por caucheros, traficantes de hombres, igualmente peligrosos. Don Segundo Sombra redime la aguda percepción del gaucho, conocedor de todos los secretos de la pampa. Al grupo clásico formado por José Eustasio Rivera, Rómulo Gallegos y Ricardo Güiraldes, añade a su coetáneo, todavía desconocido, el venezolano Arturo Uslar Pietri, autor de Las lanzas coloradas. Situado en la disyuntiva planteada por los rasgos de lo diferente y de lo común, el escritor latinoamericano está bregando en el empeño por reconocerse.

 

Para el hombre de letras europeo, el ambiente y el lenguaje resultan demasiado hirsutos. Carpentier percibe ya que, en el caso de los españoles, el idioma no debería parecer tan ajeno. Las peculiaridades del léxico proceden de localismos de las áreas peninsulares y algunos anacronismos se deben a una antigua matriz preservada a través del tiempo. Más tarde, el escritor no dejará de advertir los peligros latentes en el uso excesivo de particularidades locales que imponen al lector un trabajoso esfuerzo de reiterada consulta de notas, de consecuencias negativas para acompañar el ritmo propuesto por la narración de los acontecimientos. Sin embargo, dueño ya de su oficio, Carpentier regalará al lector del disfrute casi hedonista de nuestra riqueza verbal al ofrecerle el escuchar, con el acelerado ritmo de un tableteo de ametralladoras, el desfile de sinónimos encabezados por soga, cabuya, reata, regionalismo muchos de ellos, pero que todos podemos descifrar sin ayuda de diccionarios.

 

Carpentier vuelve a la reflexión sobre la narrativa cuando los tiempos han cambiado. De hecho, existe ya una novelística. En esos tempranos sesenta, los escritores se están proyectando hacia el mundo. Disponen factores que el cubano no tiene en cuenta en su análisis de editoriales y de un creciente mercado. En coyuntura tan favorable, no obstante, el proceso de autoreconocimiento y de definición de nuestra especificidad no ha concluido. Concluyó su periplo la novela de la tierra. Por lo contrario, las ciudades se agigantan, ajenas a la sujeción de cualquier estilo histórico. Son ciudades sin estilo. En ellas tendrá que adentrarse el narrador latinoamericano. A la desmesura urbana se añade el desconcierto social en gestación, donde entrechocan grupos humanos cuya naturaleza no se corresponde con las clasificaciones establecidas de los escritores y de los científicos sociales. No encontraremos a Emma Bovary, ni a una Albertine desaparecida.

 

La función del escritor consiste en dar vida a lo que está, todavía invisible y en espera de ser nombrado. En Europa, los campos de pino se roturaron desde hace mucho. La selva ha sido sustituida por jardines bien peinados de acuerdo con el estricto delineado por épocas y escuelas. Entre nosotros, aun después de haberse perfilado en lo esencial la novela de la tierra, el nombre de la ceiba, desconocido en otras latitudes, no se asocia a imagen concreta alguna. El territorio de lo ignoto –léase La casa verde– ocupa la periferia de nuestras ciudades, ellas también hirsutas, deformes y carentes de estilo. El desconocimiento incluye lo físico y lo social por la peculiaridad de grupos humanos llegados de todas partes, entremezclados con los procedentes de las culturas autónomas , los esclavos traídos de África y de China, sujetos a distintas formas de servidumbre, donde el color de la piel confiere jerarquías y, a la vez, sostenidos por fortunas inestables, la aristocracia y las clases medias mantienen distancias, a pesar de la amenaza latente de la ruina por quiebras originadas en lugares remotos. Esos grupos humanos chocan en momentos de crisis, cuando la sociedad intenta recomponerse y, como señalaba Carpentier en “Los puntos cardinales…” el inmenso territorio mexicano, concentrado en un puñado de señores y sostenido en la miseria de la mayoría aplastante, desencadenó el estallido de una revolución que duraría quince años.

 

La definición de los contextos propone un modo de apropiación de una realidad que, por vía del escritor, pasará del magma de lo gaseoso, previo al nacimiento del cosmos, a la concreción tangible de sus contornos materiales, sociales y culturales. Más que de una teoría abstracta, se trata de un método que recubre, en su enumeración detallada, la condición geográfica, el comportamiento de los seres humanos, sus hábitos culinarios, la cualidad del aire y la luz. Tan abarcadora y minuciosa exposición de acento didáctico, tiende un puente hacia la antropología. El lector omnívoro que hubo en Carpentier no pudo desconocer la fuerza expansiva de la obra de Claude Lévy-Strauss, madurada en su exilio en Brasil cuando el cubano recorría todos los días las librerías de Caracas.

 

Como toda obra reflexiva, Tientos y diferencias resume el pensamiento del autor y se inscribe en un ambiente epocal. Comprometido de lleno con la Revolución cubana, habiendo quemado las naves cuando había logrado un vivir acomodado  exitoso en una Venezuela que le ofreció la oportunidad de concluir algunas de las contribuciones más sustantivas de su quehacer de narrador, Carpentier tuvo plena conciencia de los debates intelectuales que involucraban a sus colegas de la Isla respecto a la relación entre creación artística y socialismo. Muchos de ellos se focalizaron alrededor de la función educativa del arte y su expresión extrema en el realismo socialista, sobre el compromiso del intelectual y sobre la pertinencia del arte abstracto.

 

Tientos y diferencias sintetiza los puntos de vista del escritor sobre estos temas. La función del novelista, productor de sentido se define por su capacidad de descubrir y reinventar la realidad, en revelar lo invisible en el ámbito que nos rodea y en convertir el simple estar en ser viviente para sus destinatarios. Del cumplimiento cabal de su tarea, de su participación en el entendimiento de la condición histórica del hombre, sustantivado todo ello en una ética irrenunciable, se deriva su compromiso. Su extensa producción crítica en relación con las artes visuales abunda en referencias sobre sus puntos de vista estéticos en este terreno. Tientos y diferencias se mueve en la misma dirección. Las artes visuales no son reflejo mecánico de una supuesta realidad objetiva. Su cosmovisión implícita se sitúa en una concepción filosófica más trascendente. Poco inclinado a elaborar enfoques teoricistas, las ideas de Carpentier se descubren en la descripción concreta de los hechos. En su visita a China, reafirma su convicción acerca de la permanente coexistencia entre realismo y abstracción, tan raigal que atraviesa los tiempos y las culturas. Se manifiesta en China y en el territorio oaxaqueño de Mitla.

 

Cuando la editorial de la Unión de Escritores y Artistas publicó, en 1966, Tientos y diferencias, la vida de Carpentier había tomado otros mundos. Sin abandonar la escritura, se iba a estrenar como diplomático. Con el ancla en La Habana, radicaría en París durante catorce años.

 

(Continuará)

 

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