Los misterios de Carpentier. Apuntes biográficos 20

Por Graziella Pogolotti

Estaba terminando 1938 cuando la prolongada estancia europea de Carpentier estaba a punto de concluir. Según testimonio del escritor, un incidente banal lo indujo a tomar esta decisión, la decisión de marcharse. Vencido su carnet de identidad, sufrió varios días de prisión. En realidad, el panorama del viejo continente se estaba tornando sombrío. España había caído en manos de Franco. Las señales de una guerra inminente eran papables para cualquier observador de la política internacional.

En mayo de 1939, Carpentier embarcaba hacia Cuba desde Holanda, vía Nueva York. No viajaba solo. Lo acompañaba Eva Fréjaville, un personaje que dejaría significativa impronta en la vida cultural habanera y en la memoria sentimental de Carpentier. Procedente de un medio intelectual francés, su padre era crítico de teatro, un erudito especializado en la temática de los actores que desempeñaban papeles femeninos en una época en que las mujeres tenían prohibido el acceso al escenario. El apellido Reclus de la madre tenía prestigiosos representantes en el ámbito académico. Es probable que, de la mano de Robert Desnos, Carpentier frecuentara el apartamento del número 6 de la calle Henri Heine, en Auteuil, y que todos se hubieran conocido en el ambiente bohemio de Montparnasse.

Es posible que en esos años juveniles la vida sentimental de Carpentier haya pasado por varias relaciones efímeras. Los vínculos que lo unieron a la franco-suiza Maggie se mantuvieron hasta la muerte de la joven en un sanatorio para tuberculosos, una suerte de Davos ubicado en los Pirineos. Carpentier la valora como compañera y colaboradora. Mi madre recordaba con afecto sus virtudes. La evocaba generosa, solidaria, afectuosa.

Documentos conservados en los fondos de la Fundación Alejo Carpentier demuestran que, en vísperas de su regreso a Cuba, Carpentier mantenía una relación marital con Hélène (reservo el apellido en consideración a su descendencia), actriz de teatro y cine. Todo indica que, aferrada a su carrera profesional, la mujer no se dispuso a romper esos vínculos para iniciar otra vida cargada de incertidumbres. En carta enviada a Alejo desde la Francia de Vichy, le comenta que, tal y como lo había pensado siempre, ha podido proseguir su carrera exitosa bajo la ocupación alemana. Por su parte, Toutouche, abrumada por la pobreza en las difíciles condiciones de la Francia invadida, muestra su simpatía por Hélène y su familia, que le ha ofrecido ayuda en momentos de extrema necesidad. En cambio, su rechazo por los Fréjaville parece haber sido visceral.

Al escribir estas líneas, me sobrevienen imborrables recuerdos personales. En la posguerra, visité con frecuencia el apartamento de los Fréjaville en Auteuil. El entorno mostraba los rasgos de una existencia llevada con modestia, sin emitir jamás la menor queja. Anciano y enfermo, Gustave Fréjaville permanecía arropado en una butaca. Zizou, la madre, más joven, mantenía la encantadora afabilidad con la elegancia portadora de un refinado origen de clase. En los años de la ocupación, la resistencia frente al régimen los acercó a las posiciones del Partido Comunista francés. En esa casa, abierta tan solo a amigos muy cercanos, coincidí con frecuencia con la viuda de Gabriel Péri, víctima de los nazis, diputada por aquel entonces en representación del PC.

Junto a Hélène, Carpentier conoció la convivencia con una actriz atada a retomar cada noche la máscara de su personaje en la reiteración de un mismo espectáculo. Como la Ruth de Los pasos perdidos, no podía seguir al músico en su viaje a la selva. Al igual que Eva, Mouche, de espíritu bohemio, con algo de esnobismo intelectual, se dispuso a emprender la aventura. En la Habana protagonizaría muchas aventuras. Permaneció en Cuba más de veinte años. Pero esta historia merece otro capítulo.

(Continuará)

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