¡ÉCUE-YAMBA-Ó! CUMPLE 85 AÑOS

 

Por Rafael Rodríguez Beltrán

 

“… la música ruidosa y descoyuntada de los etíopes ha triunfado y triunfa actualmente del otro lado del Atlántico. ¿Queremos nada más irrisorio y lamentable, a la vez, entre nosotros, que la representación falsa que han llevado, hace poco, al viejo continente, dos agrupaciones de sones africanos […] que darían una triste idea de nuestra musicalidad […]?”

“Sobre nuestro folklore”, En: Eduardo Sánchez de Fuentes. Folklorismo, Imp. Molina y Compañía, La Habana, 1928.

 

Esta cita es de uno de nuestros compositores más significativos. Autor de una de las canciones más populares de toda la música cubana, me refiero a la famosísima habanera , que en su momento tuvo hasta un texto patriótico: Eduardo Sánchez de Fuentes. Refleja un sentir, si no totalmente generalizado, sí muy difundido en los primeros años de la República. Contra este espíritu de evidente corte racista, se rebelan algunos intelectuales cubanos, entre ellos el muy joven Carpentier, quien, según su propia declaración ocupó su tiempo libre en la prisión que sufrió en 1927 para redactar una primera versión de su novela Chivo que rompe tambor, primer título que tuvo ¡Écue-Yamba-Ó!

 

La novela, con cambios que hoy sabemos importantes –aparte de su título–,  vio la luz en España en 1933. Luego fue condenada al ostracismo por su propio autor y sólo cuando a fines de la década del sesenta descubre su publicación no autorizada en Argentina y sin las fechas que la datan con precisión en la edición española, decide reeditarla, proyecto que cristalizó en 1977 en una hermosa edición al cuidado de María Muñoz Bach y con diseños de Raúl Martínez. Esa fue la que toda una generación de cubanos pudimos disfrutar. Y digo disfrutar, porque, desde entonces, a pesar de las reticencias de quien ya había publicado prácticamente toda su obra de ficción (a excepción de La consagración de la primavera y de El arpa y la sombra, resultó un placentero descubrimiento para sus lectores de entonces. Si bien se ha publicado después en otras latitudes, en nuestro país no se produjo ninguna otra edición de la obra hasta la que vio la luz en 2012.

 

La edición crítica publicada por Letras Cubanas como parte de la Biblioteca Alejo Carpentier en 2012, ha seguido la lección de 1933, libre de empastelamientos y otros inconvenientes de la mayor parte de las ediciones con que contamos. En ella, además se encontrarán las ilustraciones que estuvieron presentes en esa primera edición española. Ilustraciones que dialogan con el texto, como era usual en aquellos días de la vanguardia, y que, en el caso de la novela que nos ocupa, resultan casi indispensables para apreciarla en su justa medida. Se incluyen, además las múltiples variantes que la novela tuvo en su proceso de creación, así como las que aparecieron en ediciones posteriores, en particular la cubana de 1977.

 

Si bien es cierto que el elemento afrocubano es uno de los ingredientes más característicos de la novela, desde su título mismo hasta la confrontación final entre dos juegos rivales por cuestiones esencialmente litúrgicas, no debe el lector atento dejar de advertir que el joven autor quiso que esta opera prima se distinguiera por su alto nivel de cubanidad, con aquellos componentes que estimó esenciales de nuestra identidad: la producción azucarera, la politiquería pseudo-republicana, el campo, la ciudad, la prisión, el puerto, la bolita, la charada con su chino surrealista avant la lettre, el juego de pelota, la iniciación ñáñiga y otros cultos sincréticos, la música, (el toque, el son, el blues, el jazz, la ópera), y el proxeneta, la prostituta, el limpiabotas. Y por supuesto el huracán. Cuántas narraciones posteriores nos recordarán las páginas de ¡Écue-Yamba-Ó!: Hombres sin mujer, Relatos del cañaveral; Cuando la sangre se parece al fuego entre muchas otras.

 

La portada de esta edición recupera, como un valor suplementario, el interesante y oportuno grabado de nuestro Marcelo Pogolotti, realizado, según suponemos, en el taller de Tsuguharu Foujita, el pintor japonés, ambos, como Carpentier, residentes a la sazón en París. A ochenta y cinco años de su primera publicación vale la pena regresar a esta obra que por su cubanía marcó un hito en la producción narrativa de la Isla y hasta en el marco de la literatura latinoamericana.

 

 

 

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